Dice la leyenda que Valentín fue uno de esos mártires de los primeros siglos del cristianismo, cuando no existía en Roma libertad religiosa.
Dicen que era cura y como tal casaba a las parejas que se lo pedían, incluso a los soldados. Ese detalle le llevó a la ilegalidad pues los soldados romanos habían de estar libres de cargas familiares, así que no se casaban mientras duraba su servicio.
Valentín además debía de tener una buena dosis de carisma pues su fama se extendió por la ciudad de tal modo que hasta Claudio II a la sazón emperador, quiso conocerlo.
Y Valentín fue, con la idea de anunciar el Evangelio al emperador.
Y lo hizo.
Y casi le convence, pero no. Sus consejeros y miembros de la Corte hicieron que el César entrara en razón. Así, Valentín fue apresado por contravenir la ley, juzgado y sentenciado al maertirio.
La leyenda continúa diciendo que, estando en prisión, su carcelero se burló de él, diciéndole que su Cristo no valía para nada pero que se haría cristiano si curaba a su hija en nombre de su Dios. Su hija, Julia, era ciega de nacimiento.
Valentín accedió y su carcelero llevó a Julia a la prisión. Valentín invocó a Dios y curó a la muchacha. El carcelero se convirtió y la pareja se enamoró.
Pero ese amor quedó interrumpido por la muerte de Valentín antes de morir, usando su propia sangre como tinta, dejó a Julia una nota: “Te quiero”.
Mañana la Iglesia celebra San Valentín (y muchos comercios explotan el evento). Yo aprovecho para dejar, usando como tinta la tipografía de mi PC, una nota para Juan que parafraseando a Valentín, dice, simplemente: “Te quiero”
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