SUFRIR PARA APRENDER


Del suplemento de “EL MUNDO” de 9 de mayo de 1999.

Sufrir para aprender El diagnóstico precoz de la dificultad para leer y escribir que afecta al 10% de los niños evitaría el fracaso académico y la falta de autoestima 

DISLEXIA
New Scientist. JULIE CLAYTON

Cuando Michael comenzó a asistir al colegio, a los cinco años, escribía pésimamente. Apenas se podía leer su letra», cuenta su madre. Era un niño feliz, pero se convirtió en un chico triste, porque no entendía por qué todos sus compañeros eran capaces de aprender con tanta facilidad a leer y escribir».

A los científicos les gustaría descubrir qué causa este extraño trastorno, y por qué sólo se manifiesta cuando los niños llegan al aula.
Dado que los niños aprenden a leer y a escribir a ritmos muy distintos, es frecuente que el trastorno no se diagnostique adecuadamente. Incluso hay personas que consideran la dislexia una excusa para justificar un mal aprendizaje o una enseñanza deficiente.
Muchos científicos han propuesto que la dislexia se debe a un problema en las zonas del cerebro relacionadas con el lenguaje. 
Sin embargo, cada vez hay más pruebas que apuntan a una explicación totalmente diferente.
John Stein, de la Universidad de Oxford, especialista en visión, es el verdadero adalid de una nueva teoría sobre las causas de la dislexia. 
Stein sostiene que este trastorno está estrechamente relacionado con cierta incapacidad para detectar cambios muy rápidos en el mundo que nos rodea, particularmente en lo que concierne a los estímulos visuales y auditivos. 
Esto significa que la dislexia es mucho más que un problema de lenguaje y que va más allá de las obvias dificultades para leer y escribir.
Stein cree que durante la fase de desarrollo del feto, sus células nerviosas jóvenes son atacadas por ciertos agentes y sufren algún tipo de daño mientras intentan reproducirse y establecer conexiones en el cerebro. Curiosamente, se trataría de un ataque muy selectivo, ya que sólo afectaría a los nervios que transmiten información sobre aquellos estímulos que cambian rápidamente.
La parte más controvertida de esta teoría es que dicho ataque puede provenir del mismo organismo de la madre, de su sistema inmune.
La piedra angular de la teoría de Stein es el descubrimiento de que existen defectos concretos en la forma en la que los disléxicos procesan los estímulos visuales. Si bien parece que lo más razonable es buscar en la visión la causa de los problemas de lectura, presentar la dislexia como un problema del sistema visual ha levantado una considerable controversia. Sin duda, las personas que padecen dislexia no son ciegas, parecen tener bastante agudeza visual, y sólo experimentan dificultades al examinar textos. De modo que la teoría de Stein se ha convertido en una especie de avispero para los psicólogos. A nadie le ha gustado que haya venido Stein a decir que la dislexia está parcialmente relacionada con la visión», comenta Martin Turner, del Instituto de Dislexia de Gran Bretaña.
Stein sugiere que el defecto radica en una serie de células nerviosas de gran tamaño, que se prolongan desde la retina hasta la zona donde se combina la información de las imágenes captadas por cada uno de los ojos, el núcleo lateral geniculado, y siguen hacia la corteza visual. El gran tamaño de estas células, y su grueso revestimiento de mielina, sustancia de gran contenido en lípidos que forma una vaina alrededor de la fibra nerviosa, les permiten transmitir impulsos eléctricos con gran rapidez. Si estas vías no pudieran transmitir los estímulos a gran velocidad serían incapaces de informar a la corteza visual sobre los cambios rápidos de movimiento.
Otros investigadores están de acuerdo en que en los disléxicos se produce algún trastorno extraño en estas vías de macrocélulas nerviosas, llamadas vías M. 
Margaret Livingstone y Albert Galaburda, por ejemplo, de la Facultad de Medicina de Harvard, en Boston, han utilizado electrodos para estudiar las señales eléctricas transmitidas en el cerebro.
Estos investigadores descubrieron que la velocidad de transmisión de las vías M de los disléxicos es de 50 milisegundos por debajo de lo normal, es decir, un 50% mas lenta, lo que supone un retraso considerable, dado que, por ejemplo, la diferencia entre lograr golpear una pelota con un bate de cricket, o fallar en el intento, es cuestión de unos cuantos milisegundos.
Livingstone y Galaburda también examinaron varias muestras de tejido cerebral de cadáveres de disléxicos y descubrieron que las fibras nerviosas de las vías M presentaban un aspecto anormal bajo el microscopio. Muchas estaban en posición incorrecta y su tamaño era menor del habitual.
La lectura no es un proceso tan simple y continuo como parece y, de hecho, ciertos defectos en las vías M pueden causar dificultades al leer y escribir. Mientras nuestros ojos hacen una serie de movimientos rápidos, separados por pausas breves, la retina va captando las distintas imágenes de la página que leemos. El cerebro junta cada una de estas imágenes con la anterior, que siempre es distinta, para crear la impresión de continuidad. Las vías M se encargan de controlar estos movimientos oculares. 
Sin embargo, Stein ha descubierto que a muchos disléxicos les resulta difícil mantener fijos los ojos entre un movimiento y otro. Lo que es previsible, sugiere el investigador, cuando las vías M no consiguen enviar al cerebro suficiente información para estabilizar las sucesivas imágenes del texto. Si los ojos no se mantienen fijos, envían al cerebro imágenes movidas, lo que explicaría, según Stein, por qué los disléxicos suelen quejarse de que las palabras se mueven y aparecen borrosas en la página. 
Lo que no ha recibido una explicación tan clara es por qué este defecto visual sólo se percibe al leer o escribir. 
Como el mismo Stein señala, la percepción de una persona disléxica del color, las formas y las texturas es normal. El color y las formas se transmiten a la corteza visual a través de haces de neuronas de mucho menor tamaño, que forman las llamadas vías P. 
Gracias a la combinación de las transmisiones de las vías M y las vías P se puede crear toda la imagen visual, mientras los pequeños defectos de percepción de cada uno de estos tractos nerviosos se va compensando. 
Pero leer y escribir, explica Stein, precisa de un tipo de atención especial, pues hay que fijar la vista en unos pequeños símbolos uniformes que no suelen estar presentes en otras imágenes visuales, como un paisaje.

EL HABLA.- La incapacidad de diferenciar las unidades mínimas del habla, es decir, los fonemas, es típica de la dislexia, y un motivo por el cual muchos lingüistas opinan que se trata de un trastorno del habla. 
La capacidad verbal que muestra un niño al ingresar en el colegio está directamente relacionada con las destrezas literarias que desarrollará más tarde», explica Paula Tallal, especialista en cognición de la Universidad de Rutgers, en Newark, en EEUU.
Tallal también está de acuerdo en que quizá intervengan otros problemas del sistema nervioso en la dislexia, aunque pone en duda la relevancia de las alteraciones visuales.
Tallal ha demostrado que los disléxicos tienen dificultades para distinguir ciertos sonidos. En concreto, les cuesta separar dos tonos si estos se suceden con un intervalo de tiempo muy corto, como el ding-dong de un timbre. 
La mayor parte de la gente distingue el intervalo de 40 milisegundos que hay entre un tono y el otro, pero para las personas con dislexia éstos se suceden tan rápido que no consiguen diferenciarlos.

OIDO Y VISION.- Stein y sus colaboradores sostienen que estos problemas de visión y de oído están relacionados. La diferencia del umbral de detección de estos sonidos sugiere que quizá se produzca también un retraso en las fibras nerviosas que procesan los estímulos acústicos, tal como ocurre en las vías M. 
En un informe publicado el año pasado en la revista Current Biology, Caroline Witton, colega de Stein, demostró que las personas que tienen dificultad para detectar estímulos visuales que cambian con rapidez, también tienen los mismos problemas para distinguir cambios acústicos.
Ahora, Stein quiere avanzar un poco más su tesis. El cree que los defectos en la forma de procesar la información sensorial rápida en los disléxicos va más allá del sistema visual y el auditivo. 
En colaboración con Caroline Rae, de la Unidad de Espectroscopia Magnética del MRC, en Oxford, Stein ha demostrado que las reacciones químicas del piloto automático del organismo, el cerebelo, son ligeramente diferentes en personas que sufren dislexia, lo que podría explicar por qué los disléxicos son algo torpes y tienen menos coordinación motora que las personas normales. Ahora, Stein y Rae están estudiando las señales de las vías de neuronas del tacto en disléxicos para determinar si en éstas, al igual que ocurre en las vías M, se registra una menor velocidad de transmisión de impulsos nerviosos.
Sin embargo, dado que ya existen pruebas fisiológicas de que la dislexia se debe a un déficit sensorial, en lugar de un trastorno del habla, lo primero que tendrá que explicar Stein es por qué surgen estos defectos en las neuronas de las vías M. Para que se produzca un desarreglo neurológico tan considerable, según Stein, algo debe haber impedido el desarrollo de las neuronas en el cerebro del feto. La respuesta, al menos eso cree, radica en el carácter hereditario de la dislexia.
Stein cree que es posible que la madre produzca anticuerpos que afectan a las neuronas del feto, y que estos anticuerpos lleguen a atravesar la placenta, pasen a la sangre del feto y acaben en su cerebro. Aquí podrían acoplarse a los receptores de la membrana celular de las macroneuronas.
Independientemente de cuál sea la causa real de este trastorno, Stein espera que a partir de ahora se considere la dislexia como un síndrome mucho más amplio y complejo. Sus experimentos sobre la percepción visual podrían dar lugar al desarrollo de pruebas sencillas para identificar las diferencias sutiles de distintos tipos de dislexia. 
A Stein le gustaría que se pudiera realizar un diagnóstico precoz de la dislexia. Entonces se podría intervenir antes para reducir el sufrimiento a largo plazo de estas personas», concluye. 

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